Para Marcela, luna cristal quien con su imagen ha inspirado estas letras.

Susurraba el viento en su cara, ágil, juguetón creaba espirales que la envolvían, y yo detenido a su lado me dejaba atrapar en su burbuja. Siempre irreverente, contestataria, con un aire melancólico que provocaba mi curiosidad, en sus ojos transparentes podía quedarme eternamente, mi reflejo en su mirada era el mejor remanso.

Estudiamos juntos en la facultad de Ciencias, ella soñaba con treparse a las nubes, con descubrir galaxias, decía que nuestro amor era como un enorme agujero negro, tan lleno de energía que se expandía a la velocidad de la luz; siempre tenía un reto para mí jugaba a esconderse de mis besos, y cuando me daba por vencido me actuaba una escena de celos e indignada me repetía una y otra vez ¡ya ves, no me quieres!, te rindes muy rápido.

No tengo la certeza de dónde es que surgía esa fuerza de gravedad que me atraía, ineluctablemente, hacia ella, cuando hacíamos el amor y al unísono desgarrábamos nuestra garganta con aquellos sonidos posesos, había siempre esa amarga sensación de que no era toda mía, que seguía escondiendo un poco de sí para mí, los temblores de mi sexo en el suyo nunca eran suficientes para tener certezas, el aire de dudas me atormentaba aunque ella se aferrara a mis brazos como un niño a su globo recién comprado.

Cuando le pedí que viviéramos juntos ella sólo sonreía sin decir nada, entusiasmado le dibujaba una vida soñada, y ella en silencio sin participar de aquel sueño comenzó a besarme lentamente, ahí en medio de la nada, me besaba, me besaba...
Esa noche sentí como derramaba sus lágrimas sobre mi espalda, mientras yo fingía dormir, ella suspiraba calladamente, sentía su aliento fresco de limón que se combinaba con el cálido sabor de su sexo.

No volví a verla después de aquella noche, conservo un par de cartas y esta foto que resume su esencia, atrapa esa magia que rondaba su sonrisa, su luz perdida ya, su galaxia ajena.