miércoles, mayo 18, 2005

Desde Cuba...

Pollo a la ilusión
Adrián Leiva
LA HABANA, Cuba
- Mayo (www.cubanet.org) - En el arte culinario, sea el que distinga al mejor de los chef de un lujoso restaurante o el que de manera rutinaria hace quien lleva la responsabilidad de la cocina hogareña, los platos confeccionados a partir de la carne de pollo pueden ser elaborados en una variedad infinita de formas. Esta es una de las propiedades, que además de lo barato de su costo, que hacen que la carne de esta ave sea una de las de que más se consume a nivel mundial.
En la mesa puede aparecer desde una sabrosa sopa o caldo de pollo, hasta el arroz amarillo con guisantes y pimientos marrones, relleno con jamón y queso, asado, frito y diversas otras formas propias del ingenio de las amas de casa y de los cocineros de reconocida pericia. Pero existen algunos tipos de preparados a partir del pollo que difícilmente podrán ser encontrados en ningún restaurante del mundo y mucho menos en los manuales de cocina, porque su origen, si bien guarda relación directa con el oficio culinario, responde a otra naturaleza bien distinta más en conexión con la miseria. Uno de éstos es de creación cubana y le he denominado Pollo a la Ilusión.
La pasada semana corrió por todo el vecindario la voz que anunciaba la llegada al mercado del pollo por la libreta. Los vecinos y residentes de todo el municipio capitalino del Cerro pensaron que se trataba de la libra mensual de este producto que se vende por la cuota correspondiente a los productos cárnicos de la libreta de racionamiento.
Pero cuando los consumidores llegaron a la carnicería supieron que se trataba de la sustitución del picadillo mixto o de soya, -otro raro invento de la industria alimenticia cubana que por esta vía nos venden mensualmente- porque había surgido un problema en la producción en la industria, por lo que se decidió vender esta cuota de pollo. Pero la cantidad vendida era la equivalente a la del producto faltante, o sea media libra de carne de ave por persona.
Y aquí comienza el dilema que tenían que enfrentar básicamente las mujeres, sobre las que en la mayoría de los casos recae la responsabilidad de cocinar en los hogares cubanos. Dicho así de sencillo, media libra de pollo parece algo, pues a fin de cuentas son 230 gramos de alimento, pero la realidad es muy diferente. Luego de que se compra la cantidad correspondiente al núcleo familiar, al llegar a su casa puede apreciar en primer lugar que al descongelarse la porción de carne, con ella se va parte de su peso disuelto en una buena cantidad de agua y sangre, lo cual hace que disminuya la supuesta media libra despachada. Otro tanto ocurre con la grasa contenida en el pellejo, así como la osamenta incluida en el pesaje. Al final, se puede comprobar que el total real de carne disponible cruda, es casi la mitad de aquella media libra originalmente vendida. Y todavía está sin cocinar. Al elaborarla, el calor del fuego la reducirá algo más.
Como es de suponer, los comentarios de insatisfacción por una parte de la población no se hicieron esperar. Para la gran mayoría, en vez de media libra de pollo por cada persona lo que habían vendido era media libra de problemas. No faltaban quienes expresaban su inconformidad con palabras que iban desde la burla irónica, salpicada con el infaltable humor criollo, hasta expresiones de crítica al gobierno. Otros hacían mutis desde la carnicería con un rotundo silencio sin hacer comentarios, al menos públicamente. Pero el consenso se inclinaba a señalar el irrespeto de esta distribución, aduciendo que era preferible no se hubiera distribuido nada, según algunos manifestaron airadamente.
Mientras los comentarios circulaban de boca en boca, el verdadero dilema comenzaba en los hogares, donde había que empezar a pensar qué hacer con la magra ración del producto. Algunos optaron por destinarlo al consumo de los niños y ancianos que pudieran estar en sus familias, privándose así los mayores de su parte. Otros, concientes de que esta cantidad no alcanzaba para casi nada, y con ciertas posibilidades económicas para adquirir un extra, fueron hacia las tiendas de moneda convertible para completar la ración, pagando una cantidad que la mayoría de la población no tiene la posibilidad de adquirir.
A la hora de cocinar la dichosa porción no hubo más remedio que hacerse la ilusión de estar comiendo lo que le tocó recibir a cada uno en medio de la desgracia, la miseria y sálvese quien pueda. Si a la hora de servir le tocó una diminuta posta con poco más de hueso y pellejo, entonces tuvo la suerte de probar aunque sea algunas hebras de carne en su comida. Ahora resta esperar el próximo mes para recibir su libra de pollo para confeccionar, al menos en la mente, otra ilusión parecida.

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